Me llamo Laura Neves, soy Hermana Hospitalaria y enfermera, pero llevaba varios años sin ejercer. Ocupo el cargo de Secretaria Provincial de la Provincia de Portugal desde 2009.

Cuando se produjeron los primeros casos en el Instituto, el Gobierno provincial se organizó para ayudar en los Centros de la zona de Lisboa. A mí me tocó el Centro de Salud de Santa Rosa de Lima en la ciudad de Belas (Portugal). Un centro especializado el psicogeriatría.

Llega del COVID-19 a Portugal

Cuando el COVID-19 cruzó las fronteras de China y la comunicación social nos fue mostrando su forma implacable de expandirse por el mundo, me di cuenta de que nuestra Congregación no conseguiría evitar que entrase en nuestros Centros, que son espacios en los que asistimos a personas muy frágiles y vulnerables que requieren cuidados de gran proximidad y que, en su mayoría, no son conscientes de lo que ocurre ni de la necesidad de protegerse.

De hecho, poco después de que se dieran los primeros casos en Portugal, algunos de nuestros Centros se vieron cara a cara con lo inevitable. El enemigo invisible consiguió burlar la barrera de los planes de contingencia y crear una red de contagios. Algunas Hermanas, colaboradores y enfermos dieron positivo y se produjo una situación que, si bien sabíamos que era posible, no dejó de sorprendernos. Los miembros de los equipos que, hasta ese momento, prestaban cuidados en las unidades en las que surgieron los primeros casos se dispersaron: algunos porque estaban infectados; otros porque tenían que hacer cuarentena; otros porque tenían que quedarse en casa cuidando de sus hijos menores; otros porque eran pacientes de riesgo; otros porque también eran funcionarios públicos y recibieron órdenes de trabajar exclusivamente para el Estado.

Los miembros de los demás equipos no se rindieron ni se refugiaron en el miedo, sino todo lo contrario: fueron respondiendo a todas las peticiones de colaboración y, rápidamente, se formaron nuevos equipos valientes, creativos y unidos.

Cuando llegué a una de estas unidades, todavía no se había formado el nuevo equipo. Se acababa de saber que había usuarios que habían dado positivo y varios colaboradores con síntomas. El equipo estaba muy desgastado por la incertidumbre de los últimos días, los continuos cambios de estrategia y las muchas horas de trabajo acumuladas debido a la falta de personal, que ya empezaba a notarse. A pesar de todo, no abandonaron el barco hasta que todo estuvo totalmente asegurado.

A medida que me iban cambiando el servicio, sentía que el mundo se me venía encima. Allí no conocía a nadie, llevaba mucho tiempo alejada de la práctica de la enfermería, se esperaba que el estado de salud de las usuarias empeorara y que la mayoría del equipo se ausentara.

El miedo a no ser capaz se desvaneció

Mientras tanto, se fue formando un nuevo equipo y el miedo a no ser capaz se desvaneció. Llegaron miembros que respondieron con una gran disponibilidad y voluntad a la petición que se les hizo y, afortunadamente, algunos colaboradores dieron negativo a la enfermedad y se quedaron en el equipo; eso nos dio una seguridad enorme y permitió que las usuarias pudieran seguir viendo rostros y escuchando voces familiares para ellas.

Las dos Enfermeras que sostenían el barco cuando surgió el brote siguieron apoyando al equipo a pesar de estar en casa enfermas, y llamaban y atendían el teléfono a cualquier hora, respondiendo a nuestras dudas, dando consejos y sacando adelante las tareas que nosotros no conseguíamos hacer.

La mayoría de las usuarias se adaptó de forma extraordinaria a una situación totalmente nueva y con cambios radicales en las rutinas. Ni siquiera se sorprendieron por nuestros equipos de protección, como si solo les importaran nuestra mirada y nuestra voz, que las abrazaban y les garantizaban un ambiente familiar.

Un aspecto que a veces resultó difícil gestionar fue el contacto con las familias. Al principio era totalmente imposible atender la lluvia de llamadas, pues la prestación de los cuidados nos absorbía por completo. Sabíamos que los familiares estaban preocupados y era fundamental mantenerlos al tanto de la situación; sin embargo, tuvimos que establecer reglas y prioridades. Al principio de la pandemia tampoco disponíamos de equipos de protección que nos permitieran este contacto sin peligro de contagiarnos. Cuando la situación empezó a estabilizarse y recibimos una tablet con la que pudimos hacer videollamadas con las familias, notamos una clara mejoría. El hecho de que las usuarias y sus familiares pudieran verse y oírse les dio mucha tranquilidad.

Por desgracia, tuvimos algunos casos muy graves. Luchamos por la vida con todos los medios que estaban a nuestro alcance y hasta el final, pero también tuvimos que lidiar con la muerte. Nuestra gran preocupación era minimizar el sufrimiento, proporcionar alivio y estar muy presentes. En algunas situaciones permitimos que los familiares más próximos fueran a despedirse. Fueron momentos indescriptibles e íntimos, tal vez algunos de los más humanizadores de todos, sobre todo en unas circunstancias en las que la norma de la distancia social obliga a las familias a hacer el luto en total soledad. En el proceso final, acompañé en todas las fases, en silencio, como en una ceremonia, sintiendo que representaba a la familia de esa persona y a todos los que la amaban y no podían estar allí.

Fue necesario servir al enfermo, donde Jesús está vivo

Estuve en esta unidad hasta el significativo 31 de mayo. Había vivido allí gran parte de la Cuaresma, la Semana Santa, la Pascua, el día de San Benito Menni: fiestas que para mí nunca habían tenido tanta profundidad. No participé en celebraciones ni en convivencias. Mi liturgia tuvo lugar allí donde fue necesario servir al enfermo, donde Jesús está vivo, tiene rostro y se manifiesta de forma misteriosa y sorprendente.

Me siento privilegiada por haber tenido la oportunidad de aportar mi granito de arena en esta pandemia. Sé que mi presencia como hermana ha sido importante para el equipo, pero para mí también ha sido una oportunidad enormemente enriquecedora y humanizadora. Allí he podido experimentar el sentido de la responsabilidad, el valor, el altruismo, la unión de fuerzas, la dedicación para responder a la crisis y controlar sus efectos. Había varias madres que habían dejado a sus hijos pequeños al cuidado de familiares para poder estar allí… Había hijas e hijos, abuelas, nietas, esposas…

Yo formaba parte de la comunidad de San Benito Menni de Idanha, en la que nos apoyábamos, compartíamos experiencias y preocupaciones, rezábamos, convivíamos… Y, por encima de todo, nos sentíamos enviadas por la Congregación. No estábamos solas; representábamos a todas las hermanas.

Una cosa es cierta: durante este tiempo hemos experimentado la fragilidad, pero también hemos experimentado, más que nunca, lo que significa ser Familia Hospitalaria.

Si quieres conocer más «historias con corazón» no te pierdas nuestro próximo número del boletín «CONTIGO», que publicaremos a lo largo del mes de julio, donde podrás encontrar historias sobre el COVID-19 que han ocurrido en todos los continentes donde está presente la Obra Hospitalaria.

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