Sor Anabela, ¿cómo fue participar en la Asamblea Plenaria de la UISG que se celebró del 2 al 6 de mayo?

Lo primero que quiero compartir es que tenía mucha ilusión por participar en esta Asamblea Plenaria. Por varios motivos: ante todo, por el tema que, desde la reflexión realizada por el Equipo Ejecutivo, nos parecía “profética” porque tocaba esa realidad que nos iguala a todos los humanos: la vulnerabilidad, y al mismo tiempo nos colocaba en sintonía con el camino de la Iglesia, llamada a redescubrir la esencia de su naturaleza: la sinodalidad.

Otro motivo era el vivir ese encuentro único, con las más de 700 Superioras generales de todo el mundo, como momento de gran riqueza por el compartir y sobre todo, por la escucha y la búsqueda conjunta sobre los grandes desafíos de la vida consagrada en los tiempos actuales.

También por ser la última Asamblea en que participaré, ya que terminaré mi servicio como Superiora general en 2024, y la próximo Plenaria será en 2025. Sería de alguna forma, como una especie de despedida.

Pero, por circunstancias que no están en nuestra mano, encontrándome en Vietnam, tuve que retrasar por una semana mi viaje de vuelta; así que mi participación fue online y limitada también por los días del viaje de regreso. Pero, en lo que pude, intenté participar al máximo, con alegría y en profundo sentido de comunión con todas.

¿Qué piensas de los dos temas principales de la Asamblea Plenaria: vulnerabilidad y camino sinodal?

Creo que puedo recoger lo que he compartido en una entrevista para la Radio Vaticana, en noviembre del año pasado cuando estábamos de lleno en la preparación de la Asamblea.

El tema de la sinodalidad como la expresión de la sintonía con el camino de la Iglesia y, al mismo tiempo, como confirmación de que el estilo sinodal es la llamada que Dios nos está haciendo, a la Iglesia y en ella a la vida consagrada. Como iglesia, como vida consagrada, como vida hospitalaria, queremos caminar juntos, buscando a Dios y lo que Él quiere para la Iglesia y para el mundo, con un espíritu inclusivo, capaz de valorar las diferencias y la complementariedad propia de todos los que formamos la Iglesia.

La vulnerabilidad, es esa capacidad de acoger lo humano que somos, hombres y mujeres en construcción, necesitados unos de otros, interconectados, paradójicos, hermanos/as todos. Como vida consagrada percibimos esta realidad en la capacidad de abrazar la vulnerabilidad que tenemos “dentro de casa”, en nuestras comunidades o en nuestras obras apostólicas; y también aquella que “esta fuera” o sea, a nuestro alrededor, en las periferias del mundo.  

Como Familia recibimos el don de la Hospitalidad que nos hacer acogedores de esa vulnerabilidad en todas las personas a quienes servimos, ayudándoles también a sacar lo mejor que cada uno tiene dentro.

¿Cuál, de entre los temas afrontados por la audiencia con el papa Francisco, te ha impresionado más y por qué?

Creo que el Papa Francisco sintonizó de forma especial con el lema de la Plenaria. Y de lo que nos dijo destacaría su invitación, a ejemplo de Pedro, a reconocer y acoger nuestra fragilidad y, desde ahí, inclinarse ante la fragilidad del otro. Desde el lugar de Jesús, que se hace siervo, preguntarnos cuales son las nuevas vulnerabilidades ante las que, como consagradas, hemos de abajarnos hoy. ¿qué nuevos ministerios nos está pidiendo el Espíritu? ¿Qué cambios nos pide en la forma de vivir la autoridad? Que busquemos acercarnos a los pies de la humanidad herida y del caminar al lado de las hermanas y hermanos heridos, comenzando por las hermanas de la comunidad.

¿Cuál fue el aprendizaje más grande e importante en esta Asamblea?

Que acoger la vulnerabilidad es un proceso de exige humildad, paciencia, escucha, acogida incondicional y sobre todo, caminar con otros, con otras.  Y que la vida consagrada, y en concreto la vida consagrada hospitalaria, tiene un lugar especial junto a los vulnerables de nuestro mundo. Ahí es el lugar de nuestro testimonio. 

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